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¿Cómo romper con el paradigma del bajo perfil sin caer en estereotipos?



El nuevo modelo de liderazgo es disruptivo por una razón, si bien simple, extremadamente innovadora: le exige a los CEOs ser más humanos, empáticos, terrenales y estar en contacto con los problemas que impactan a los ciudadanos en el día a día y preocupan a las nuevas generaciones. Atrás quedaron las fotos de CEOs, acartonados, lejanos y abotonados, en oficinas a la misma altura que las nubes, mirando con la superioridad y la confianza que le daba su nuevo Hugo Boss a medida. Mucho minimalismo arquitectónico y alguna obra de arte pretenciosa de fondo.

Pero, a no confundirse, levantar el perfil no significa convertirse en un líder mesiánico, ególatra y con delirios de grandeza. En estos últimos días, nos sorprendimos con la noticia de que dos de los CEOs más deshonrados y célebres del último tiempo están de vuelta haciendo de las suyas.

Travis Kalanick, ex CEO y autoproclamado founder de Uber, construyó silenciosamente un gran negocio de alimentos y productos de conveniencia en Latinoamérica llamado CloudKitchens. Se trata de una cadena de pequeños espacios ideados para que reconocidos restaurantes o chefs preparen exclusivamente la comida con destino de delivery. Si vivís en la Ciudad de Buenos Aires, probablemente te preguntaste por qué nunca viste el Kansas que aparece a dos cuadras de tu casa o dónde están los locales de Kitchenita que multiplican sus puntos de ubicación en plataformas como Rappi o PedidosYa. Es una alternativa, más rentable y eficiente, que permite compartir búnker con otras propuestas gastronómicas. Bien por Travis el indomable.

En una entrevista reciente, un antiguo colaborador de Travis declaró que si algo aprendió Kalanick de su tiempo en Uber es a no confiar en la prensa y a no confiar en los capitalistas de riesgo. En este nuevo modelo de liderazgo, si bien los medios de comunicación no representan la única dimensión de construcción de influencia, pues bueno, siguen siendo relevantes como forjadores de opinión pública.

Otro que resurgió de las cenizas fue Adam Neumann, el cofundador de WeWork que se encargó de despilfarrar cuanto inversión tuvo, y quien recientemente recaudó $350 millones, la suma más alta que Andreessen Horowitz haya dado en una sola ronda de inversión, para una nueva compañía llamada Flow. Esta vez, no proclama elevar la conciencia de nadie ni erradicar el hambre del mundo, pero sí promete redefinir el futuro de los bienes raíces residenciales. No podemos negar que bajó los decibeles.

Si bien estos dos líderes inefables lograron retornar con cierta pompa y circunstancia, cuando hablamos de la anatomía de los nuevos líderes del futuro debemos dejar en claro que no puede estar más alejado de ese modelo de conducción. Una cosa es alzar la voz en defensa de los derechos de una minoría y otra es hegemonizar las portadas de todos los diarios por conductas irreverentes y demenciales: fiestas ruidosas con aires sectarios, desayunos con tequila, fumar marihuana en pleno vuelo, construir una cultura corporativa con las bases literarias de un sobre de azúcar, promover una filosofía new age que, mucho yoga y jugo verde, pero se tomaba un jet privado para ir a surfear o negociar las inversiones con imágenes de Yoda (blasfemia imperdonable).

Cuando lo estrafalario se disfraza de visionario y el propósito se confunde con andar descalzo por oficinas abiertas, pero sólo en términos de diseño, pues ningún comentario o crítica de los colaboradores era bien recibida, se termina por corromper esa idea de perfil alto y de CEOs motivados por algo más trascendental que el dinero.

Los pioneros fueron los líderes tech que, si bien en los comienzos obtuvieron coberturas halagadoras en las que los medios celebraban esa supuesta nueva filosofía de trabajo distendido, creativo y colaborativo; la fachada de la horizontalidad terminó por derrumbarse cuando ninguna de las grandes promesas se cumplió y se reveló el costado más turbio de estos unicornios modelo.

Hoy, no se les pide a los líderes ni que cambien el mundo ni que contagien de energía sanadora a sus fieles; se les pide que utilicen su influencia para hacer peso en la balanza en pos de un bien común. Y no se trata de que tomen una actitud altruista, no es sólo la sociedad y el mercado la que espera que los CEOs tomen un rol más activo, sino que los inversores ahora apuestan a negocios más estables, sostenibles y liderados por directivos sensatos y con una planificación de crecimiento sólido y sostenible en el largo plazo.

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